Conviví laboralmente con la persona más desordenada del mundo. Trabajaba en un vehículo sobre una alfombra de herramienta, deshechos y recambios. Había una chapa perforada que era el soporte de la llamada bombona de expansión del radiador, que desmontó el día antes y no encontraba por ningún lado. Fué a la chatarra a cortar una tira de chapa vieja y se puso a agujerearla con el taladro. En vez de sujetarla con una mordaza, lo hizo con la mano. La broca, cuando no encuentra el objeto a taladrar firmemente sujeto, se pone a jugar a la hélice con él. Resultado, un dedo que no se le cayó al suelo por unos milímetros de hueso que no se seccionaron.
Mientras el fenómeno estuvo de baja, dispuse un enorme estante que ocupó toda un ala de la nave. Y el desordenado ya no dejó más material por los suelos. En un mes llenó la estantería; botellas, piezas estropeadas, restos de bocadillo, (ratones), libretas, herramientas, tabaco, ropa, revistas, etc. Allí tampoco encontraba nada, después...
Otra cosa; estuve de controlador de zona en una prueba motociclística de trial. El día anterior colaboré en el mínimo desbrozamiento del trazado, pero descuidé una ramita de árbol que obligaba a los participantes a desplazar la cabeza de lado un instante para esquivarla. Algo imperceptible, pero les desconcentraba.
Corté la pequeña rama y en la segunda vuelta todos los pilotos bajaron mucho las puntuaciones -y aún se estarán preguntando porqué-.
No, que las cosas salen bien cuando la circunstáncia de su entorno está correcta.
Foto de la R.F.M.E.
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