He tenido muy mala suerte con los norteafricanos y con los gitanos que se han cruzado en mi vida.
Informales, bohemios, ladrones, apáticos, liosos, sucios....
Quiero suponer que no todo el personal de ambas etnias será así.
Lamentablemente, no me lo podrán demostrar; ya son muy grandes los descalabros sufridos.
No les vendo nada, tampoco les compro.
Procuro que me atienda otro, rehuso tratar con ellos si puedo elegir.
¿Que dónde está la gasolinera del Este, si me preguntan?. En el Este, les indico educadamente. No les mando a la del Oeste; no soy un cabrón.
Esta mi actitud se llama racismo pasivo, y me niego en absoluto a aceptar que sea irrespetuosa.
Es mi problema; me protejo, simplemente.
Y ellos no tienen ni que notarlo.
Pero a veces, está ahí la piedra para tropezar de nuevo.

Mi perrito "Grissot". (En una foto del pasado Marzo, cuando encontramos unas pocas setas tipo "morchella", colmenillas creo que se llaman; algunas tiendas de "delicatessen" las venden desecadas, tienes que probarlas, dentro de un guiso de carne, que es lo suyo).
El chucho tiene ya doce años (un pequeño rodeo para volver al tema del título), pero el otro día montó a una perrita de año y medio, el muy sinverguenza. Egoístamente, no va a cumplir otros doce; por ello, me encantaría que sí lo hiciera algún descendiente suyo.
Bueno, pues ocurre que el perro es racista, pero no tan pasivo como su dueño.
Se hincha a ladrar a todos los representantes de las etnias arriba apuntadas; aunque es incapaz de morder, eso si.
En esto que acordamos unas transacciones con un señor al que acababa de conocer. Elegante y con mucho don de gentes. No tomé en cuenta el poco usual contraste de su piel morena con el dominio del catalán de que hacía gala (de las gentes que han venido a vivir a este rincón de mundo, sorprendentemente, solo hablan la lengua autóctona senegaleses y gambianos, al poco de llegar, y los andaluces, al cabo de bastantes años).
El negociante de "piel tostada" fué obsequiado con un concierto de ladridos en las dos reuniones que tuvimos por lo de la transacción; harto, tuve que encerrar al chucho en el desván.
Con la operación practicamente cerrada, me interesé por el apellido de ese señor, el consignatario.
¡¡Anassiri!!.
Por Alá bendito!. (Nada de Dios mío, que me dejó tirado).
Otros trescientos y pico de euros a añadir al saco de los quebrantos.
Como no podía ser de otra forma.
¡Mira tú la intuición perruna!.