Encontré al amigo P.O. en la sala de espera del ambulatorio. Al parecer, teníamos adjudicada la misma profesional.
Quedamos para tomar unas cañas a la salida de la consulta.
Me comentó que había advertido a la doctora, que dejó de tomar varios de los medicamentos prescritos por no soportar sus efectos secundarios, toda vez que no pensaba renunciar a su vida desordenada, incompatible con las saludables recomendaciones que había recibido.
Nuestra doctora lleva años atendiéndonos, es amable -también rígida-, y es paisana, (dicho en términos de proximidad, a todos niveles; en absoluto ninguna connotación racista).
Un tiempo más tarde me enteré que P.O. había muerto.
Comenté esta desgracia a la doctora en la siguiente visita.
Paró de un plumazo una exigible confidencialidad entre pacientes, a la vez que su respuesta está en el top de los consejos que nunca agradeceré suficiente:
COSECHAS LO QUE SIEMBRAS, ¿SABES?.




1 comentario:
Pues si P.O. se ha muerto a gusto es quizas mejor que alargar lo inevitable, no se, cada caso es diferente.
Un saludo
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