jueves, octubre 18, 2007

El robo del año

Aunque han pasado ya dos meses, recuerdo aquel día perfectamente. Cualquier hora o minuto de aquel infausto lunes puede ser rememorado por mí hasta el más ínfimo detalle. Recuerdo salir de casa y saludar a la vecina que entraba justo en aquel momento, como cada día, con su periódico y la barra del pan bajo el brazo. Recuerdo los 8 minutos 53 segundos que estuve en la cafetería desayunando, repitiendo la invariable rutina de los días laborables. Ya entonces notaba una extraña sensación que sólo podía describir como inquietante, precisamente porque era lo único que podía decir de ella, ya que no sabía ni definirla ni tampoco explicar su causa. La sensación se acentuó al entrar en el metro, buscar un hueco en el vagón y comenzar el tránsito de 23 minutos 17 segundos hasta mi destino. ¿Qué era lo que me provocaba aquella inquietud? Incapaz de concentrarme en la lectura, reflexionaba sobre la posible causa de mi anormal estado; miraba a mi alrededor y no veía más que las mismas imágenes de cada día, los mismos sonidos, los mismos colores,… Salí casi a la carrera hacia la calle, empujando a varias personas, buscando la luz y el aire, convencido de que se trataba de algún tipo de episodio claustrofóbico. De hecho deseaba que así fuera, de ello me quería convencer a fin de encontrar una explicación, aunque fuera poco convincente, para justificar mi angustia.
Al salir a la calle, la inquietud no sólo permanecía, sino que parecía multiplicarse. Miraba alrededor, contemplaba detalles, examinaba el cielo buscando algún fenómeno meteorológico especial, me miraba los brazos y las piernas buscando alguna señal de algo anormal, diferente, … pero nada, absolutamente nada, todo era aparentemente normal, excepto mi angustia, mi injustificada inquietud.
Dirigirme a la oficina, subir en el ascensor, saludar a los compañeros y ocupar mi mesa no cambió en nada mis sensaciones, de hecho las confirmó. Sentado en mi mesa, miraba alrededor, observando a mis compañeros, buscando aquello que se salía de lo habitual … necesité casi 5 minutos pero lo encontré, ¿cómo se me podía haber pasado por alto?, sí, no había duda, de eso se trataba: ¡todos sonreían!.
Los observaba con una mezcla de asombro e incredulidad; todos sonreían de una forma aparentemente franca, afable, sencilla … No había risas, ni carcajadas, ni gestos fuera de lo normal excepto esa limpia sonrisa permanente en el rostro de todos y cada uno de ellos, como lo estaba, entonces me di cuenta, en el rostro de mi vecina, de la camarera de la cafetería y del resto de personas que tomaban su café matutino, en el de todas y cada una de las personas que había visto en el metro, incluyendo a aquellas a quien en mi carrera hacia el exterior había pisado y empujado. El hecho de haber descubierto el motivo de mi inquietud no hizo que esta desapareciera, acaso lo hizo unos segundos para luego volver multiplicada: aquello no era en absoluto normal, ojalá fuera un sueño, pensaba. Tenía que encontrar la explicación:




- ¡Rafa!- me dirigí a uno de mis compañeros - ¿Por qué sonríes?
- ¿Qué?, ¿qué hablas?, para sonreír estoy yo un lunes por la mañana.




Su respuesta apareció en un tono molesto pero rodeada en todo momento por esa contagiosa sonrisa. Me levanté y me dirigí a la cafetería de la oficina, donde me encontré a cuatro compañeros comentando el fin de semana ya consumido.




- ¡Buenos días a todos! – saludé – ¿Qué es lo que me he perdido? ¿Por qué estáis todos sonriendo?




Se miraron entre ellos manteniendo sus sonrisas, pero en sus miradas se traducía la sorpresa por mi comentario.




- ¿Sonriendo?, ¿es alguna broma o algún chiste?
- Ehh … Sí, un .. un chiste, pero olvidé como sigue.
- Estás bien, tu también. Anda, vamos a trabajar.




Se marcharon todos, sonrientes, hacia sus mesas. No entendía nada, pensaba en una broma que toda la oficina me hubiera preparado pero, obviamente, nunca mi vecina ni la gente del metro podrían estar involucrados. De repente, una horrible certeza me vino a la mente, temblando corrí hacia el lavabo para mirarme al espejo y confirmarla … efectivamente, el espejo me devolvía una mirada angustiosa, aterrorizada … sobre un rostro sonriente.
Me había abrochado el segundo ojal de la americana con el botón de los pantalones, cosa que me hacía andar levemente encorvado, pero además, asomaba la punta inferior de la camisa por el agujero de la bragueta, que olvidé cerrar.




En este blog, donde casi la totalidad de las fotos son robadas, aparece hoy una de auténtica, (hola!); en cambio el relato, que acostumbra a ser original, esta vez, es robado, (menos el último párrafo). Es que me vi obligado a leer este bello post en dos tiempos. En la pausa, mi enfermiza mente, me dictó este desvergonzado final, que desvirtúa por completo al original; temo que no serán suficientes mis disculpas al autor, ni aún aconsejando encarecidamente a mis amables visitantes leer su bitácora.

5 comentarios:

noesmivida@hotmail.com dijo...

Desde luego, este final es mucho más sorprendente que el del relato original ... :-)

un saludo.

tootels dijo...

me parto... pero si el propio autor dice que le parece bien.... el suyo es angustioso, y en cambo el tuyo es descojonante, propio de Wilt!
NUNCA MAIS

Anónimo dijo...

Jejejeje me ha parecido buenísimo!

Salud y fuerza!

chamb dijo...

Hola Toy,


efectivament el meu contador m indica l origen de les darreres visites i si han arribat a través d`algun link.

esta al final de la pàgina.

salutacions

Anónimo dijo...

Es fácil adivinar en vos los cromosomas del éxito. Sos idiota.