Papá, me he pegado un hostión con el coche.

_ Mira, he perdido el control, apenas tengo experiencia al volante.
_ No ha habido ningún otro vehículo implicado en el accidente y los ocupantes no hemos recibido ni un solo rasguño. (Comenta un amigote suyo).
_ Bueno, al coche si que habrá que plancharlo. (Otro que quiere ayudar).
_ No sé si estaría asegurado el abeto.
No diré nada y pondré cara de mala leche hasta no ver el estropicio. Ya es un alivio que el daño sea unicamente material. Si le llego a comprar un trasto, igual se mata; quiso un "buga" de los buenos, y ya ves como lo trata. Se ha "tragado" una curva subiendo un puerto de montaña, con el carné recién estrenado. Regalándose con el acelerador, me temo. Igual que los abueletes suelen estorbar por las carreteras, estos críos están convencidos que conducen un misil inmune a los batacazos. Esto es la ruina de una familia. No escarmentó fastidiándose el tobillo y un brazo con la moto, por lo que veo. Una temporada viajando de nuevo en autobus, creo que le hará recapacitar. Y la reprimenda que le voy a dar, aún más.

Nos dirigimos a la central de grúas y el responsable de la asistencia, que nos acompaña a ver el coche siniestrado, comenta:
_ No es tan grave; el chapista le tiene que cambiar una docena de piezas y aquí no ha pasado nada, pero, ¿qué voy a contarte a tí?.
_ ¿A mí?.
_ Veo que no me has reconocido.
_ Tu cara me es familiar, deja que recuerde.... ¡Caravaca! ¡eres Caravaca!.
_ ¿Cuánto tiempo, verdad?.
_ Has engordado, tronco.
_ ¿Recuerdas lo que hacías en los rallyes?. Chico, tu padre esperaba en la mitad del tramo a que pasaran los últimos participantes, se metía y conseguía adelantar a dos o tres antes de llegar al final. Los chapistas del barrio se forraban a tu salud, Fittipaldi.

(¡No te jode, donde me he ido a encontrar al cabronazo de Caravaca!)